La arquitectura es esa segunda piel que construimos los humanos para cubrirnos del medio ambiente. Ser arquitecto es imaginar y realizar esta protección que configura nuestro hábitat social. Es un saber muy útil, pues el hombre y la mujer, somos frágiles y necesitamos de espacios apropiados para multiplicar la vida en el planeta tierra. Pensando así, podemos ilusionarnos con espacios de cobijo, viveros de la existencia y ser profesionales esenciales.
Pero no siempre ha sido así, el arquitecto muchas veces es cautivo de sus vanidades, otras de los poderosos egoístas y otras del dinero especulador. Mi experiencia personal comenzó con el sentido idealista del qué hacer y la actitud de servicio.
Una vez recibido me dejé tentar hacia los bordes del camino en más de alguna ocasión. Aunque siendo así, los proyectos y las obras realizadas mantuvieron casi siempre un grado de coherencia. Hoy día volviendo sobre mis pasos he podido afirmar ese sentido de servicio y ese amor fraterno que lleva al bien común. Al hacer en función de justicia y de un hábitat social inclusivo y para todos por igual.